4 de agosto de 2017

La frontera borrosa

Capítulo 1 - La esposa al borde de la muerte

La lluvia martilleaba contra el amplio paraguas negro bajo el que el autómata le esperaba al salir de la casona que un día había sido el hogar de Alexia y Denis. Ahora él estaba muerto y ella… probablemente también, ¿quién podía afirmar algo así a ciencia cierta? Cabizbajo, revisó que el maletín estuviera bien cerrado y enfiló los escalones exponiéndose por un segundo al chaparrón de primavera, pero Ruriek se apresuró a cubrirle.

-¿Nos marchamos, amo? – Su voz mecánica aportaba un contrapunto al repiqueteo de las gotas sobre la lona en la casi oscuridad de última hora de aquel atardecer nublado.

-Sí, estoy cansado. – No tenía ni ánimos para bregar con ese rizo persistente en sus circuitos vocales por el cual se empeñaba en designarle así. Por más que fuera un sirviente, él se resistía a que nadie le llamara de esa forma, ni aunque se tratase de una máquina, pero no había logrado encontrar la manera de modificar lo necesario para lograrlo; siempre que reactivaba a Ruriek tras haber revisado meticulosamente su cerebro de platino y reajustado los relés de los microtensores, la palabra volvía a aparecer al poco. Como si estuviera vivo.

La sola idea le hacía estremecerse, pero luego se recriminaba la estrechez de miras. Al fin y al cabo, la ciencia moderna estaba desdibujando el esquivo concepto de lo que es la vida día tras día. Se miró su mano derecha, reluciente y bien engrasada, y flexionó aleatoriamente los dedos, más estilizados y resistentes que los originales, los cuales el maestro Hoffman le había construido años atrás. ¿Estaba viva su mano? Poco importaba mientras pudiera controlarla con su mente y moverla gracias a su propia sangre, pero era un pensamiento inquietante. Se movía con tanta fluidez… quizá la esencia de lo que era la vida había penetrado en ella al instalarla en su lugar.

-Una joven ha estado aquí hace treinta y cinco minutos. – La voz de Ruriek le sacó de sus reflexiones ociosas. – Ha dejado una carta para usted y se ha marchado. La he colocado en su asiento para evitar que se mojara. – Se inclinó para abrir la puerta trasera del automotor, ante el que acababan de llegar.

-¿Quién era? ¿La conozco? – Entró al vehículo y tiró de la puerta. Cuando el conductor ocupó su lugar, le respondió.

-No sabría decir. Me ha resultado imposible verle bien la cara, y se ha marchado apresuradamente, justo antes de que empezara a llover. ¿A casa, amo?

-Espera un momento, por favor. - Cogió el pequeño sobre y lo abrió junto a la ventana para leer bajo la luz de la farola de gas. Tuvo que apretar los ojos para conseguirlo, ya que la escritura era limpia pero tenue, de trazo muy fino, como hecha sin inclinar la pluma.

A la atención de Herr K. Folkvanger, Dr. Ing. 
Le ruego tenga la bondad de venir a la mayor brevedad posible a nuestra residencia, mi madre está gravemente enferma y necesita que alguien con experiencia la ayude. Sé que usted conoce bien el trabajo del recientemente fallecido doctor Lavrovich. Por favor, no se demore, es una cuestión de vida o muerte. 
Serena Basel.

Abrió mucho los ojos al leer el nombre. ¿Serena Basel, la pionera de los cerebros artificiales? Luego otro detalle ocupó su mente al instante. ¿Cómo que su madre? Estaba más que seguro que ésta había fallecido tres o cuatro años antes, la noticia de la muerte de la soprano lírica había conmocionado a todos los círculos musicales de Centroeuropa. ¿Eso significaba que la nota la había escrito otra persona que se llamaba casualmente igual? ¿O una hija? Pero Fräulein Basel no se había casado nunca, devota como pocas personas a su campo. Quizá había sido madre igualmente, o pudiera ser que fuera adoptiva. Comprobó la dirección en el membrete al pie de la cuartilla. ¿En la Friedrichstrasse? Tenía que ser esa Serena Basel, no cabía duda.

-Ruriek, tengo que ir a ver a nuestra misteriosa remitente. - Le indicó las señas y se echó contra el respaldo, resoplando y llevándose la mano a la frente momentáneamente.

Él no era médico, nada más lejos, pero la carta hacía referencia directa al trabajo de Denis, así que la paciente, fuera quien fuera, tenía que estar pasando por lo mismo que había sufrido Alexia. Si ese era el caso, por más que le pesara reconocerlo, había acudido a la persona adecuada, lo cual no era mucho decir. Aunque conocía de arriba a abajo los diarios y diagramas donde su fallecido amigo relataba sus investigaciones sobre la extraña dolencia de su mujer, ni éste ni mucho menos él tenían una idea clara de cómo se la podía salvar, si es que esto era factible.

Alexia había empezado sintiéndose débil de forma ocasional a principios de año, luego de manera más habitual, y para mayo había quedado postrada en cama y le costaba mucho hablar. Pero la cosa no había quedado ahí, por desgracia. Progresivamente, su actividad había decaído hasta entrar en una especie de coma, para desesperación de Denis, que había probado todo para evitar llegar a ese punto. Pero sus esfuerzos habían sido en vano. La enfermedad no parecía estar en ningún lugar concreto de su cuerpo, en órgano, hueso o fluido alguno, sino en todas partes a la vez, como una fuerza misteriosa que drenaba la energía de su esposa. Sin embargo, a pesar de su inmovilidad y su aparente falta de respuesta a todo estímulo imaginable, él seguía empeñado en creer que su función mental no se había visto afectada. Bendito amor, que en última instancia había llevado a su amigo a aislarse del mundo y recluirse en casa para cuidar día y noche de ella, buscando desesperadamente una cura… y transgrediendo toda barrera física y moral por el camino. Cuando una mañana a finales de marzo encontraron su cuerpo defenestrado frente a la casa y la familia de ella llegó hasta Alexia, no podían creer que tras aquel espectáculo dantesco de máquinas, tubos y válvulas se encontrara una persona viva. Y él también se resistía a creerlo.

Acaba de regresar de Krakensport una semana antes tras meses de trabajo frenético y no era consciente de lo rápido que habían empeorado tanto ella como él, pero ya en el mismo funeral de Denis una hermana de Alexia se le había acercado, conocedora de su relación con el médico, para pedirle consejo. Le habían cedido todas las bitácoras de éste, y tras la conmoción inicial al entender las actuaciones que había llevado a cabo en su progresiva locura, había accedido a supervisar la maquinaria, que por lo demás era totalmente autónoma, en tanto que la familia tomaba una decisión. Era una situación muy delicada y no les envidiaba en absoluto. Ahora, tres semanas después del suicidio de Denis, que en su última anotación indicaba que era lo que la voz de ella le pedía constantemente para así reunirse de nuevo, parecían estar convencidos de que era mejor dejarla ir. Si Serena Basel realmente iba a sufrir el mismo destino que Alexia, él no iba a aconsejar replicar las acciones del doctor.

-Hemos llegado, amo. - Ruriek detuvo el automotor en la puerta de una mansión de aspecto señorial, la dirección exacta que le había indicado.

-Acompáñame con el maletín, por favor. - Abrió la puerta él mismo, y comprobando que había dejado de llover se acercó al porche cubierto de la casa. Ansioso por salir de dudas pero lleno de aprensión por la perspectiva a la que podía tener que enfrentarse, presionó el botón del timbre.

Como si hubiera estado esperando detrás de la entrada, una muchacha de mirada seria la abrió de inmediato.

-Señor Folkvanger, muchas gracias por responder a mi petición. - Atónito, su mente tardó unos momentos en encajar las piezas. - Por favor, pase rápido, mi madre necesita su ayuda.

La chica era, para su sorpresa, una autómata.

Capítulo 2 - La hija al límite de la vida

-Por favor, acompáñeme, señor Folkvanger. – No parecía prestar atención a la existencia de Ruriek, a pesar de que ambos eran autómatas. – Mi madre está arriba, en su cama. – Notando el breve gesto de incomodidad, la chica se apresuró a añadir. – No se preocupe usted, está aquí a iniciativa mía, no me atrevería a pensar que su presencia en la habitación es inapropiada.

Él asintió rápidamente. Después de todo, venía precisamente del dormitorio de una dama, aunque con toda la maquinaria que rodeaba a Alexia, parecía más un taller o una fábrica. Dejó a un lado sus reparos de caballero y empezó a subir por la amplia escalinata principal de la casa siguiendo a la chica. Serena Basel, quien había escrito la nota, tenía que ser ella.

No se oía un alma en toda planta baja. El suelo de fino mosaico se perdía por pasillos en ambas direcciones, pero ninguna luz delataba la presencia de nadie del servicio. Una casa tan grande tenía que tener al menos una criada o un ama de llaves, supuso, aunque su dueña viviera sola. Quizá la muchacha se encargaba de esas labores, o era la noche libre de la empleada o el mayordomo.

-Discúlpeme, señorita… ¿Basel?

-¿Si? – Apenas se volvió un poco hacia él mientras abría camino. Ese gesto tan natural hizo que algo se removiera en su interior, fruto de la incoherencia que veía. Los autómatas seguían patrones mucho más sencillos y predecibles. La chica en cambio parecía… de verdad. Humana. Tenía que ser algún prototipo de su madre, concluyó.

-Simplemente me preguntaba cuánto tiempo hace que usted está… bien, ya me entiende,… con Fräulein Basel. – No se atrevía a decir que estaba a su servicio. O que le pertenecía. Era una sensación muy extraña. Estaba todo el tiempo con Ruriek, que les seguía por la escalera sin decir palabra, y trataba a menudo con otros autómatas de muchas clases por su trabajo, pero nunca había sufrido esa confusión que sentía ahora.

Llegaron al primer piso. Allí el suelo de madera estaba alfombrado y las paredes decoradas con retratos y paisajes otoñales, que resaltaban a la luz amarillenta de dos lámparas de gas a media llave. La autómata le miró ausente un momento en silencio, como pensando la respuesta.

-Años, naturalmente. Es mi madre. – Una nueva pausa. - Estoy con ella desde que tengo memoria. Desde que me construyó. – Bien, pensó, al menos es consciente de ser una autómata. Había visto un caso peculiar en el que uno se negaba a reconocerse como artificial a pesar de mirarse en un espejo y señalársele sus propias manos de madera para que las contemplara, e insistía en que era una persona de verdad contra toda evidencia. No parecía el caso.

Cuando volvió a encabezar la marcha, Folkvanger se permitió un gesto de incredulidad, pero también de curiosidad. Ojalá pudiera hablar con Serena Basel para que le aclarara aquel misterio. Con la de carne y hueso, añadió mentalmente. Hizo un gesto a Ruriek, que se había parado a su lado, para que le siguiera y pasó el umbral bajo el que la chica había desaparecido.

Después de venir de casa de Denis y Alexia y en comparación con la montaña de mecanismos que había allí, aquella habitación le pareció totalmente anodina, si bien mejor amueblada que la de sus amigos. En el centro de la pared opuesta, junto a la ventana insistentemente tapada por varias capas de cortinajes, había una cama estrecha con dosel. En ella yacía, respirando pausadamente, una de las mentes científicas más afamadas de la época. Mujer imparable en su pasión, vehemente en su discurso, y fuerte para llevar la contraria a todo el que se pusiera en su camino, Serena Basel reposaba en un silencio absoluto sobre el colchón, arropada con el cobertor sólo hasta la cintura, con una rebeca de punto sobre el camisón, como si se hubiera tumbado a descansar un momento y ya no hubiera despertado. No había tenido la oportunidad de conocerla en persona, así que se acercó con reverencia, sin decir palabra, hasta situarse junto a la hija de ésta, mirando a su paciente.

-Anoche le ayudé a llegar aquí desde su taller en la habitación contigua, le costaba mucho moverse, incluso en comparación con otras ocasiones en las que había tenido que servirle de apoyo. Parecía muy repentino. Esta mañana no ha despertado hiciera lo que hiciera. – Un deje de ansiedad apareció en la voz suave y melodiosa de la muchacha. Se notaba que era de un modelo caro y avanzado. – Como habrá podido deducir por mi nota, mi madre temía padecer la misma dolencia que la señora Lavrovich. En los últimos meses estaba teniendo desvanecimientos puntuales, que se han venido haciendo más frecuentes poco a poco. En ocasiones afirmaba que perdía el control de su cuerpo y quedaba como espectadora muda y paralizada. Durante el último mes no me he separado de ella más de lo imprescindible para socorrerla cuando fuera preciso. Y hoy no…

Dejó la frase a medias. Kassius fue consciente extrañamente consciente de que la chica sufría más de lo que su caja vocal permitía transmitir con los tonos e inflexiones que podía producir. ¿Una máquina era capaz de amar de esa forma a un humano? Quizá una tan compleja como la que le acompañaba sí, se dijo. La miró con compasión, pero luego se contuvo. Resultaba irrespetuoso tratar así a una persona adulta. Sacudió la cabeza. De nuevo aquella maldita incongruencia al mirar fijamente a la chica.

-¿Guarda algún registro de todos esos episodios? – Intentó centrarse yendo al grano. - Sería conveniente comparar con los que el doctor Lavrovich llevaba de su esposa.

-Sí, por supuesto. Si me permite un momento, iré a buscarlos al taller.

-Muchas gracias. – Asintió cortésmente, retirándose del lado de la cama, en la que la afamada inventora descansaba imperturbable. En ese momento se fijó en el discreto altavoz para reproducir música. Quizá Fräulein Basel lo empleaba para escuchar algo antes de dormir. Le pareció que era de esos que también permiten grabar sonidos, pero no había ningún cilindro colocado ni a la vista para comprobarlo. Entonces notó la pequeña llave al lado del aparato. Creyó reconocerla, y sosteniéndola en alto la contempló atentamente para confirmar sus sospechas. Se la guardó rápidamente en un bolsillo del chaleco justo cuando Serena Basel, la de metal y madera, regresaba a la estancia con un buen fajo de hojas manuscritas que dejó sobre una cómoda ancha, cubierta con una losa de mármol blanco.

-Aquí tiene usted. – Le señaló los papeles y aumentó el caudal del gas de uno de los apliques cercanos para que pudiera leerlos adecuadamente.

-Muchas gracias, señorita Basel, es usted muy amable. – Se inclinó sobre los legajos, pasando distraídamente las hojas mientras seguía hablando. – Y dígame, ¿recuerda usted haber tenido algún desvanecimiento hace poco?

La pregunta pilló a contrapié a la muchacha.

-¿Perdone? ¿A qué se refiere? – La confusión sí que se transmitía bien en sus palabras. Kassius continuó, dejando de pasar las hojas y aparentando atención en una de ellas en concreto, señalando un punto al azar en el documento.

-¿Tiene algún vacío en su memoria reciente? ¿Quizá ayer mismo? – Se volvió hacia la chica con mirada interrogante. - No tiene por qué ser como los de su madre, sino simplemente alguna laguna en sus recuerdos. – Comprobó cómo los ojos de la autómata se movían erráticos, parpadeando mucho, y entreabría la boca, el mismo gesto que en una persona delataría duda y sorpresa. Tan humana… Serena Basel era un genio, no cabía la menor duda.

-¿Cómo lo ha sabido? – Diana, pensó él. – Anoche hubo un momento en el que mi madre me desconectó, juraría que sólo durante unos minutos, no más. Dijo que iba a revisar algo, y luego me volvió a poner en marcha. Al poco fue cuando tuve que traerla aquí.

-Me lo temía. – Se llevó una mano a la barbilla con gesto preocupado. Tenía que hacer aquello con rapidez. – Es posible que la dolencia de su madre y su repentino desvanecimiento estén relacionados con ese momento. Permítame hacer una prueba, será sólo un momento. – Se volvió hacia su sirviente. – Ruriek, por favor alza las palmas y sostén las manos de la señorita Basel. Si es usted tan amable… Sólo será un rápido examen. - Invitó a la chica a corresponder al gesto del autómata. Éste estaba inusualmente silente. Por la forma en que la encaró, Kassius comprendió que había identificado a su anfitriona como humana, no como una máquina. Tenía que actuar con mayor presteza aún de lo que había imaginado, porque seguramente obedecería una orden directa de ella tanto como una de él. Se colocó detrás de la muchacha y en la base de su cuello descubrió lo que esperaba encontrar allí, así que dio la orden. – Ruriek, no le sueltes las manos.
        
-¿Pero qué hace? – La voz alarmada de Serena Basel saltó mientras trataba de revolverse, pero la presa de los resortes del autómata apenas le daba libertad de movimientos. Mirando a su captor, espetó. – ¡Te ordeno que…!

Pero la mano de Kassius había sido más rápida. La llave ya estaba en el ojo de la cerradura y había girado, dejando la maquinaria de consciencia y movimiento en suspenso, como en todos los modelos de sirvienta doméstica.

-Lo siento señorita Basel. – Aunque sabía que no podía escucharle, continuó hablando con aquella máquina a la vez que desbotonaba la parte alta de la espalda del vestido de ésta. Al momento vio el compartimento que esperaba encontrar en el suave metal de remaches pulidos. – Era la única forma de encontrar esto. – Lo abrió y sacó un cilindro de grabación. – Ahora en cuanto oiga lo que su madre tenía que decir la vuelvo a conectar.

Capítulo 3 - La madre que miró desde la orilla

-Sostenla así, Ruriek, no quiero que caiga y se dañe. He prometido que la reactivaría y pienso hacerlo, pero primero tengo que escuchar este cilindro. – Cerró el compartimento y volvió a abrochar la espalda del vestido sobre la fría superficie de metal que protegía gran parte de la delicada maquinaria.

-Sí, amo. – Kassius elevó un momento la vista al techo pero no dijo nada, resignado, al oír de nuevo el rizo vocal de su autómata.

Dirigiendo una breve mirada a la mujer que reposaba inmutable sobre la cama, su cabello negro recogido detrás de la cabeza, llegó hasta el reproductor de sonidos. Colocó la grabación en su lugar y la aguja al inicio de la pieza. Preocupado por lo que pudiera escuchar dirigió una breve inclinación de cabeza a Serena Basel, como pidiendo su consentimiento para inmiscuirse en un asunto absolutamente privado, y activó el aparato. La voz de una mujer, algo temblorosa en ocasiones, pero con una firme determinación a transmitir su mensaje, llenó el dormitorio:

-No tengo mucho tiempo. En los últimos días he tenido nuevos desvanecimientos, y cada vez me cuesta más controlar mis movimientos en general. Soy incapaz de seguir escribiendo a mano la bitácora que he mantenido estos últimos meses así que recurro a una grabación. Afortunadamente he podido refinar el procedimiento antes de que fuera demasiado tarde.

Hizo una pausa de unos segundos antes de continuar. Se oyó claramente cómo respiraba con trabajo después de hablar.

-Esta misma noche voy a intentar lo que nadie antes se ha atrevido a probar. Hoy alcanzaré la inmortalidad o pereceré en el intento.

Kassius contuvo el aliento. Se volvió hacia la chica por un momento con ojos asustados, pero la voz de la madre le volvió a atrapar.

-Y lo haré de la misma forma que todas las personas, a través de mi hija. Inicialmente pensé que podía estar sufriendo la enfermedad de Alexia Lavrovich, perdiendo mi mente poco a poco, pero ahora estoy segura de que no es así. Es este maldito cuerpo.

Había hablado más alto de lo que se podía permitir, con rencor reprimido en sus palabras, y la voz de la inventora no reapareció hasta pasado casi medio minuto.

-Y si es el cuerpo el que falla, entonces mi deber es salvar lo que pueda de mi mente. Llevo años mejorando el cerebro de mi hija, ahora mismo es con diferencia el más complejo que existe. Es lo suficientemente denso, espero, para poder albergar una consciencia humana completa y…

No oyó la siguiente frase, sus piernas le habían llevado como un resorte junto a la muchacha, pero se contuvo en el último momento, cuando intentaba asir la llave con su mano temblorosa, porque oyó su nombre.

-… Folkvanger, del Instituto, está trabajando en el soporte mecánico de Frau Lavrovich, pero yo aviso aquí al que encuentre esta grabación: eso no será necesario en mi caso ni tendrá ningún sentido. Con mi actuación de esta noche en el cerebro de mi hija, mi propia consciencia se irá debilitando hasta desaparecer. Mi cuerpo seguirá declinando poco a poco, pero yo ya no estaré en él. Hago esto por propia voluntad.

Una nueva pausa, no muy larga, no tanto como las anteriores. Aprovechó para levantarse y dar un paso atrás.

-Lo único que pido a quien encuentre estas palabras es que cuide de ella. Por desgracia esto ha sido precipitado y no puedo tener a nadie aquí conmigo, pero imagino que la transferencia tardará un tiempo en asentarse, idealmente no más de una noche, y en todo caso, no será completa. Desconozco si será suficiente, pero es todo lo que puedo hacer. Por favor, a quien corresponda póngase en contacto con mi abogado, Heinz Liedermann, que confirmará mi deseo de que se considere a mi hija como heredera legal y conoce los precedentes aplicables al respecto. Por favor, no le muestren esto a ella hasta que consideren que está preparada para entender lo que he hecho. Muchas gracias.

La voz se interrumpió, y Kassius se apartó un momento de Serena Basel, la de metal y madera, para apagar la grabación antes de hacer nada. Tenía que pensar aquello cuidadosamente, aunque supusiera mantenerla desconectada unos instantes más. Pero justo antes de llegar al aparato, éste volvió a emitir su sonido mezclado con el rasgueo de la aguja sobre el cilindro.

-¡Marie! Ven a la habitación, por favor.

Folkvanger detuvo la mano mecánica a poca distancia sobre el altavoz, contemplando de nuevo a la persona cuyo genio seguía hablando, ahora con un tono más suave.

-Quiero hacerte un ajuste rápido. 
-Sí, ama.

La voz de la muchacha sonó desde el cilindro tras un momento de espera, pero resultaba algo distinta a la que le había recibido. Quizá había un matiz ausente en ella, puede que el mismo que la hacía tan inquietante junto a sus gestos.

-No me llames así, Marie, te lo he dicho mil veces. Madre, soy tu madre, no tu dueña.

No tenía que verla para saber que aquellas palabras habían ido acompañadas de una mirada cálida, puede que incluso de una caricia a la autómata. Apretó un poco la comisura de la boca, en una sonrisa discreta. Incluso alguien como Fräulein Basel tenía que lidiar con los mismos problemas que él.

-Sí, madre. Lo siento, madre.

La voz estaba ahí, pero efectivamente, le faltaba algo. Kassius podía entender lo que había supuesto para la autómata el proceso. Le había dado el toque final de humanidad. Tenía que investigar cómo lo había hecho, se dijo, y deseó que hubiera quedado todo bien documentado.

-Así está mejor. Ven, acércate, dame la espalda. Voy a detener un momento el proceso de lucidez, apenas lo notarás. Después quiero que me ayudes a ir al laboratorio y te conectes el actuador principal de la consola en el zócalo de la base de la barbilla como te enseñé, ¿de acuerdo? 
-De acuerdo, madre. ¿Qué va a hacer usted esta noche? 
-Voy a hacerte un regalo. 
-Eso suena muy bien, madre. Se lo agradezco. 
-Te quiero, hija mía. No lo olvides nunca.

Se oyó el clic de la llave.

-Pase lo que pase, no lo olvides nunca.

Un nuevo sonido indicó que había desconectado el grabador, y Kassius hizo lo mismo. El cilindro se detuvo, y él quedó en silencio también.

Marie, pensó. Esa había sido la autómata sirvienta de Fräulein Basel. Hasta la noche anterior, había sido una máquina, más compleja, más refinada, sí, pero sólo eso, como Ruriek. Ahora, era algo distinto. Como su madre había supuesto, la transferencia debía haber resultado incompleta, puede que fruto de un procedimiento improvisado, o quizá no fuera el caso y no se pudiera ir más allá y preservar todo. Ahora, una nueva personalidad ocupaba el cerebro de platino, Serena, consciente de ser una autómata pero tan distinta de cualquier sirvienta… La contempló desde el lado de la cama, luego a la madre yacente, y finalmente regresó junto a ella. Sin más dilación, la volvió a conectar tras pedirle a su asistente una vez más que no la dejara caer.

- ¡…me sueltes inmediatamente! – Ruriek soltó sólo una mano, permitiendo que la chica se volviera como un relámpago. - ¿Qué significa esto, señor Folkvanger? – Pero éste ya había hincado una rodilla en el suelo y agachado la cabeza.

-Lamento profundamente mi actuación y le ruego que algún día pueda perdonarme.

No era la reacción que Serena había esperado.

-Levántese, esto no tiene sentido. Un humano no debe pedir disculpas a una máquina. Eso es así. – Hubiera resoplado si respirara. - ¿Qué me ha hecho? – Kassius se levantó lentamente, mirándola con gravedad.

-Verificar mis sospechas. Y mucho más, me temo. Permítame ser el primero en darle mi pésame por la pérdida de su madre.

-¿Cómo puede decir eso tan a la ligera? Si apenas la ha examinado, ¡y hasta sigue respirando! – La señaló con un ademán airado, tan natural, que él tuvo que sonreír con tristeza.

-Verá, señorita Basel. Su madre hizo anoche algo que nadie había intentado antes. – Se mordió el labio inferior, y decidió usar las mismas palabras que había escuchado. - Le hizo un regalo. - ¿Cómo podía explicar aquello sin traicionar el último deseo de la inventora?

-Eso me dijo. – Serena estaba recordando la conversación de la noche anterior. – Pero no sé qué hizo luego con la consola de interacción de su laboratorio. – Se detuvo un momento, sospechando. – Usted lo sabe, ¿verdad?

La miró fijamente, mientras intentaba salir del atolladero. Tenía delante a una persona, no una máquina. Lo que su cabeza le había estado gritando desde que le abrió la puerta, lo que Ruriek había interiorizado de manera tan natural, y lo que la voz de Serena Basel ahora le había confirmado. Y no era ninguna niña, sino una adulta, equivalente a cualquiera de carne y hueso. ¿Con qué derecho podía él tratarla de otra forma? ¿Cuándo iba a estar preparada para conocer la verdad? ¿Acaso estamos alguno preparado para lo que la vida le pone a uno delante?, pensó. La vida es un reto constante, eso él lo sabía bien. Si Serena Basel, la que ahora le contemplaba en silencio, era una persona, entonces tenía que aceptar que estaba viva. Tanto él como ella debían aceptarlo. Sin mediar palabra, con tres amplios pasos se plantó junto al cabecero de la cama y colocó la aguja al inicio del cilindro.

-Sí, y creo que no habrá un mejor momento para que usted también lo conozca, que ahora. – Accionó el aparato y la voz de una madre, valiente y cargada de urgencia, volvió a llenar la estancia.

-No tengo mucho tiempo…

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