5 de agosto de 2017

El valedor de acero

Se recomienda haber leído antes La frontera borrosa.

Capítulo 1 - Caso y defensa

Habían pasado dos semanas ya desde que la había conocido, y algo más de diez días desde que la madre de ésta, la experta en autómatas Serena Basel, había fallecido. Con su consciencia trasladada al cerebro mecánico de su hija, el cuerpo de la científica había decaído rápidamente, como ella misma había predicho, como una máquina que se queda sin corriente ambárica en sus baterías. En todo ese tiempo, Kassius no había llegado a estar ocioso ni un momento, ansioso por arreglar todo lo referente a la que había empezado a considerar su protegida. En parte lo hacía porque así cumplía la última voluntad de la científica, en parte porque había estado con ella en el crucial momento en que había comprendido quién era, y ahora se sentía responsable de acompañarla en su camino, pero también porque habían congeniado rápidamente. La chica, que originalmente era sólo un autómata sirvienta con un diseño innovador en su matriz de platino, había devenido en algo nuevo al recibir gran parte de los recuerdos y una porción de la personalidad de su madre. Al ingeniero le gustaba pensar que había pasado a ser una persona, independiente y viva en todos los sentidos salvo el biológico, y estaba dispuesto a defender esa postura desde su experiencia técnica y el conocimiento adquirido examinando los papeles y diarios de la afamada inventora.

Ahora regresaba de su nueva entrevista con Heinz Liedermann, el abogado de la familia, un hombrecillo calvo, de edad avanzada y con ambos ojos sustituidos por implantes ópticos al haber perdido la visión de manera paulatina pero inexorable. El experto en leyes de mirada inquietante venía a su vez de presentar el caso ante el Tribunal Superior de la República, al que habían escalado rápidamente al tratarse su reclamación de algo prácticamente inaudito: pretendían que Serena fuera reconocida como persona de pleno derecho, en parte porque si no nunca podría ser la heredera legal de su madre, pero también porque ambos sabían en su fuero interno que era lo correcto. Afortunadamente, los miembros de la corte se habían mostrado favorables y sólo habían puesto una condición, había dicho Liedermann. Sólo, pensó Kassius con sorna mientras el automotor conducido por su ayudante autómata Ruriek se detenía ante la casa de la Friedrichstrasse donde vivía la chica. El tribunal se sabía ignorante en materia científica, y había pedido un aval del máximo órgano técnico de la República, es decir, el Instituto de Investigación y Progreso de Dresde. Y más concretamente, de su Consejo Rector. Casi nada. Conseguir su atención sería fácil dada su posición de docente dentro del Instituto, pero que dieran su brazo a torcer era otro tema...

Mientras Ruriek llevaba el vehículo a repostar a la estación de gas de roca junto a la orilla del Elba, Kassius entró a la mansión con la llave que ahora tenía. No esperó a encontrar a Serena para empezar a ponerle al día alzando algo la voz al cruzar la puerta.

-Ya he hablado con el señor Heinz. Te manda recuerdos. - Dejó el abrigo largo en el brazo que el perchero le acercó. - ¿Serena? - Ante la falta de respuesta, se dirigió a la izquierda por el pasillo de la planta baja, más allá del suelo de mosaico del recibidor y el distribuidor al pie de la gran escalera. Seguro que estaba absorta leyendo en la salita, junto al fuego. Aquel comportamiento le fascinaba, ya que un cuerpo mecánico no necesitaba ni podía sentir el calor, pero ella aseguraba que le reconfortaba, y por supuesto, él no iba a contradecirla. Antes de llegar a la puerta vio el fulgor cambiante de la chimenea reflejado en la pared frente a la entrada y supo que estaba en lo cierto. - Bueno, ¿qué? - Se apoyó en el quicio. - ¿Demasiado ocupada para…? - No acabó la frase y saltó precipitadamente al interior de la estancia.

En su sillón de respaldo ancho, a un lado de la estantería que llegaba hasta el techo, la chica autómata se encontraba inerte, el brazo colgando muerto a un lado, la cabeza echada hacia delante y un libro caído a su lado, en el suelo.

-¡Serena! ¿Me escuchas? - Pasó la mano frente la delicada cara de su amiga, y alarmado ante la falta de respuesta siguió gritando. - ¿Qué te pasa? - Se arrodilló frente a ella para poder verle los ojos, apartando rápidamente los cabellos falsos de color cobrizo. Estaban cerrados, así que la incorporó contra el respaldo. Pensó en forzar la apertura del mecanismo de los párpados, decidiendo en un instante que si lo estropeaba ya lo repararía más adelante, pero para su sorpresa éstos se abrieron sin resistencia. El ojo tras de ellos tampoco daba señales de percatarse de nada, fijo en una postura neutra.

Dio un paso atrás mordiéndose el labio y luego restregándose la barbilla, sin saber qué hacer. No podía quitarle la vista de encima. ¿Había fallado algo en los relés de algún circuito principal? Después de tantos días estaba más que seguro que el proceso de carga de la consciencia de Serena Basel estaba más que asentado en su hija, que para diferenciar habían convenido en llamar Serena Marie al solicitar su registro formal en los archivos de la ciudad. Supo que tenía que ir rápidamente a por las notas de su madre, pero no quería dejarla allí sola. Se quedó bloqueado sólo unos segundos, pero volvió a salir a la carrera, pidiendo en silencio una y otra vez mientras subía la escalera de tres en tres a su amiga que aguantara. Cruzó el pasillo de la planta superior como una exhalación hasta el final, ignorando todos los dormitorios para entrar sin mayor ceremonia al laboratorio. A ciegas, sin encender la luz ya que ahora conocía bien el lugar, abrió el mueble de la derecha y cogió los dos volúmenes con los diseños de la científica a quien había pertenecido la casa. Antes de salir, se acordó en el último instante de coger el mando de diagnóstico y el cable de transmisión. A punto estuvo de tropezar al bajar los escalones de nuevo pero consiguió conservar el equilibrio de forma precaria, prácticamente volando hasta pisar la planta baja de nuevo y llegar a la salita de lectura.

Pero Serena no se había inmutado en lo más mínimo. Arrastró una mesita baja junto al sillón y dejó caer en ella su cargamento, abriendo un libro por el índice y el otro por el cuarto marcador que sobresalía en su parte superior, el cual él mismo había colocado para ubicar rápidamente el diagrama de los microtensores primarios. El diseño de la señorita Basel era original, intrincado, y endemoniadamente denso, hasta el punto de que había tenido que emplear proyecciones diédricas para reflejar todos los elementos. Le había costado una jornada completa aprender a navegar los planos con soltura, y eso que estaba acostumbrado a la terminología empleada, al menos. En un movimiento casi reflejo le pidió perdón en voz baja por descubrir el zócalo de conexión bajo la barbilla de la chica y conectar allí el cable hasta la consola que había traído del laboratorio. Se sentó en el suelo como pudo con el sillón a un lado y la mesa al otro. Su mirada iba de Serena al libro, y de éste a los accionadores. Empezó a probar las combinaciones básicas para provocar respuestas físicas, pero aunque recibía los códigos esperados, el cuerpo no reaccionaba. Rápidamente empezó a probar las más complejas, asombrado de que se activaran los indicadores de estímulo en el aparato pero no se produjera el más mínimo cambio en su amiga. No tenía sentido, y Kassius no hacía más que desesperarse. Tras media hora de probar todos los patrones imaginables y algunos que no estaban en el libro pero que suponía que podrían funcionar, dejó el mando en el suelo y se limitó a sostener con su propia mano artificial la de Serena.

Era de un modelo avanzado, más que las de Ruriek porque no tenían que ser fuertes y resistentes, sino delicadas y precisas. Estaba plagada de sensores de presión, y el ingeniero la estrechó desesperado, mirando el rostro mecánico ahora inexpresivo mientras él tenía la boca apretada. Tampoco dió resultado, y tras unos instantes, la dejó y se derrumbó contra el lateral del sillón, resoplando. Se restregó los ojos y dejó la frente apoyada en su palma sudorosa y fría, intentando pensar con claridad, aunque le estaba costando. ¿A quién podía recurrir que conociera o pudiera entender los diseños de Fräulein Basel? ¿Se atrevería a probar con la Doctora Alsmun? ¿Podía confiar en ella para ayudar a…?

-¿Kassius? - El joven dio un respingo asustado por la inesperada voz de Serena. - ¿Qué pasa? ¿Por qué tengo conectado esto? - Ella misma tiró del cable que partía de su mandíbula nacarada y cerró la pequeña compuerta. Le miró desde el sillón, visiblemente desconcertada. - Oye, ¿estás bien? 

El ingeniero se levantó con trabajo sin decir una palabra ni quitarle la vista de encima, demasiado aliviado al principio, pero rápidamente se sobrepuso.

-¡Llevo un buen rato tratando de reanimarte! Cuando he llegado de ver a Liedermann estabas desconectada, no tenía ni idea de qué te pasaba, yo… yo… - Ante la mirada divertida de Serena volvió a quedar mudo, sin saber qué decirle.

-Bueno, no pasa nada, estoy bien, cálmate. - La chica se levantó de su asiento con un movimiento airoso y dio una vuelta a la sala, deteniéndose de espaldas al fuego. - Me ha pasado algo muy curioso que no había experimentado antes. - Parecía contenta. - He estado hablando con mi madre, ¿sabes? - Luego ladeó un poco la cabeza. - ¡Y contigo! También he estado volando por encima de las nubes, como un ave. ¡He llegado hasta Praga, creo! - Torció el gesto. - No lo entiendo. Estoy segura de que no he salido de casa en todo el día. Tú estabas fuera. - Apartó la vista. - Y madre ya no está, tú mismo me acompañaste a su funeral. - No lo entiendo. - Repitió, parpadeando rítmicamente y clavando su mirada, inquisitiva, buscando una explicación en él.

Kassius sí que lo entendía, y su gesto de profunda incredulidad era la mejor prueba. Al final respondió, en voz tan baja que era prácticamente sólo para él.

-Estabas soñando. - Soltó una carcajada involuntaria y negó con la cabeza mientras volvía a morderse el labio y sonreía. - En el Consejo no se lo van a creer.

Capítulo 2 - Alegato y jurado

El Sol de la tarde entraba, difuso por las ramas de los robles, a través de la alta cristalera tras los siete asientos elevados, dando a las seis personas que los ocupaban el aspecto de dioses altivos que desde sus tronos decidían los destinos de los simples mortales. Era la tercera vez que Kassius se presentaba ante el Consejo Rector por un tema estrictamente privado, no académico, pero a pesar de todos los años transcurridos desde la última ocasión, seguía sin gustarle ocupar el foco de la curva sobre la que se ubicaban los puestos. Por suerte ahora sabía ocultar mejor su inquietud. Además, en esta ocasión no hablaba en su propia defensa, por lo que no podía permitirse vacilar. Reafirmó su pose tranquila con una inspiración comedida y esperó a que alguien del tribunal rompiera el silencio que había ocupado la sala de elevados techos y paredes forradas de maderas nobles. A su espalda, silenciosa en una silla de las existentes en segundo plano de las que se reservaban para el público sin derecho a intervenir, Serena Marie Basel esperaba inmóvil el resultado de la defensa planteada por él.

-No puedo creerle, señor Folkvanger. - Sternfänger fue el primero en hablar, por supuesto. No se había dignado a posar su vista sobre la chica en ningún momento, pero Kassius ya sabía que si alguien del Consejo era esperable que estuviera en contra de ella, ese era el viejo Perseus K. Dutschenfeld. - No me malinterprete, todos en este tribunal - dirigió un barrido a izquierda y derecha desde su asiento central - saben de la talla de Fräulein Basel, cuya pérdida lamentamos sin reservas. - Dados los rumores existentes, el joven tenía serias dudas de que en el caso de aquel hombre eso fuera cierto. - La doctora Alsmun aquí presente ha examinado los diseños del cerebro del autómata. - Mientras dirigía una sonrisa cortés a la mujer ubicada dos puestos a su derecha, Kassius no pudo evitar traicionar por un instante un mal gesto por la falta de cortesía deliberada hacia Serena. - Su juicio desde luego es que están a la altura de la fama de su creadora y considera que las afirmaciones de que ésta pudo haber copiado de alguna forma sus recuerdos en él son dignas de consideración. - El viejo astrónomo juntó las manos por las yemas de los dedos. - Pero de ahí a afirmar que se trata de una persona a todos los efectos humana, hay un gran salto, me atrevería a decir que de fe.

-¿Y ha dicho usted que sueña? - Los ojos del profesor Nevrakis, apodado con toda justicia Luftseefahrer, brillaban de excitación, contrastando marcadamente con los de Dutschenfeld. - Fascinante. - El diseñador de aeronaves tenía una personalidad que rápidamente le inclinaba al asombro con una intensidad que cualquiera tildaría de infantil si no fuera porque su pericia técnica era de tal calibre que había bautizado una clase entera de los dirigibles más maniobrables y veloces que ahora surcaban los océanos celestes, todos ellos con una silueta del dios Hermes en cada costado. A Kassius le caía bien aquel cincuentón excéntrico desde que le había dado clases al poco de llegar éste a Dresde, proveniente de la Universidad Técnica de Atenas. Había compartido con sinceridad su interés por algunos diseños peculiares que presentaba a cualquiera dispuesto a escucharle, y eso por lo visto bastaba para que Eleutherios Nevrakis le considerara a uno su amigo.

-No veo a qué viene tanto escepticismo, Perseus. - La dulce voz de la doctora Hélène Santeil, arqueóloga residente del Instituto, resonó en la sala. Era una de las tres personas capaces de traducir con soltura las tablillas de Lemuria en todo el mundo, además de hablar otras cinco lenguas muertas y ocho más vivas al margen de su francés natal, claro. - Yo tampoco soy ninguna especialista en la materia, pero si algo me ha enseñado la experiencia, es a estar abierta a aceptar lo inverosímil. - Sus cabellos eran blancos desde hacía tiempo, tras más de cincuenta años surcando el mundo, persiguiendo el rastro del pasado. - No me gustaría que se levantara la sesión sin poder hablar yo misma con la señorita Basel.

-Pero mi querida Weberinnerin, eso es imposible. - Dutschenfeld se giró en su silla para encarar a Mademoiselle Santeil, que estaba justo a su izquierda. - Hacerlo implicaría que el tribunal ya se ha posicionado a favor de la reclamación del señor Folkvanger porque estaríamos considerando a la autómata como humana al hacerla ocupar el estrado. - No elevó el tono, pero quedó bien claro que usaría su voto para oponerse si proponían eso.

-Ah, ¿pero quién dijo que tuviera que ocupar el puesto donde ahora está el joven? - Aquella era la única baza oculta que podía jugar Kassius, y no lo había dudado ni un momento. La arqueóloga había sido amiga del profesor Linge durante décadas, y aunque nunca se hubiera atrevido a preguntarle a ninguno de ambos, sospechaba que esa relación había sido muy estrecha. El investigador había ocupado además, con el título de Fremderzähler, el puesto en el Consejo donde ahora estaba ella. En cualquier caso, como ayudante y en cierta forma sucesor de éste, contaba con la simpatía de la historiadora, y esa sugerencia inocente de una audiencia privada había surgido en un discreto encuentro previo, aunque lo negaría si le preguntaban. No le gustaba actuar de esa forma, sorteando las normas y pisando terreno que en el mejor de los casos era gris, pero no iba a dejar cartas sin jugar. Además, le preocupaba lo que tuviera en mente su protegida, que era quien había propuesto esa jugada, pero estaba allí para respaldar su independencia como persona, así que debía confiar en ella, se dijo.

El viejo astrónomo fue a replicar con el dedo alzado, pero la voz de la tercera mujer en la mesa, la profesora Verónica Arrieta, la más reciente incorporación al Consejo Rector, le interrumpió. La química era una incógnita para Kassius. No sabía si tenía lealtades ocultas hacia algún otro miembro del tribunal, o si era fiel a sus propias convicciones como su historial parecía indicar. Había llegado a Dresde el año anterior buscando asilo de la Corona Ibérica, que había pretendido monopolizar su fórmula de un catalizador fitoacelerante el cual podía restaurar un bosque arrasado en dos meses en lugar de una década.

-La vida tiene una persistencia que debemos reconocer, señor presidente. - La alta mujer aún en sus treinta, de rostro estrecho y cabellos rubios oscuros, conservaba un marcado acento, pero se desenvolvía tremendamente bien si se tenía en cuenta que al llegar a Sajonia no hablaba nada de alemán. - Si existe la posibilidad de que Fraülein Basel lograra transmitir su consciencia y crear en el proceso una nueva persona - señaló explícitamente a Serena, lo cual Kassius quiso identificar como algo favorable - yo tampoco quiero dejar pasar la oportunidad de refrendarlo.

Dutschenfeld esperó unos instantes para intervenir, como para asegurarse de que nadie le atropellaba de nuevo. En su juventud había sido alabado por su inventiva al crear el primer telescopio de espejo multifacetado ajustable mediante un complejo sistema hidráulico que dejó obsoletas las técnicas de fabricación de reflectores de una única pieza, superando las limitaciones físicas a las que éstos se enfrentaban. Pero eso había sido mucho tiempo atrás. Después de ganarse el título de Sternfänger, poco había hecho digno de mención, y ahora vivía a base de su reputación, que era todo lo que le quedaba. No podía permitir por tanto que ésta fuera puesta en duda. Kassius opinaba de hecho que su costumbre de usar los títulos del Consejo al hablar con sus pares era una forma de rogarles que reafirmaran su estatus al dirigirse a él de la misma forma. Pero que él supiera, ninguno de los demás caía en la trampa, quizá por ser demasiado evidente. El ingeniero sonrió con un poco de malicia por esto último.

-Lo que vengo a decir, estimada Waldbefreierin, es que debemos tratar este caso con suma precaución. No pretendo por supuesto imponer mi criterio a este noble tribunal - Kassius elevó imperceptiblemente una ceja al escuchar esto - pero no quisiera que nos precipitáramos. - Si Dutschenfeld quería alargar aquello, estaba en su mano levantar la sesión hasta nueva orden, pero hacerlo de manera muy apresurada le pondría en una situación incómoda. Él en cambio contaba con poder forzar la mano y obtener un veredicto favorable allí mismo, en la primera sesión. Miró fugazmente a Mademoiselle Santeil y ésta captó su intención.

-Lo entendemos, Perseus, descuida. - Plantó su mano derecha en el hombro de éste con suma delicadeza; el tono en cambio hizo que el gesto le sentara, muy visiblemente, como una elegante bofetada. - Por eso, para poder tener una opinión informada, propongo que cada uno mantenga una breve audiencia personal, no con este caballero, sino con su protegida. Podemos usar el vestíbulo del salón reservado, si a los demás les parece bien. - Señaló la historiada puerta cerrada en un lateral de la sala. Kassius nunca la había atravesado, pero sabía por el profesor que daba a una pequeña estancia, desde la que se accedía a una habitación con sillones en torno a una gran chimenea.

Dutschenfeld fue nuevamente a replicar, y otra vez le interrumpió una voz femenina, en este caso la de la doctora Ireen S. Alsmun, que se había mantenido en silencio hasta entonces.

-Me parece una propuesta excelente, Hélène. - Kassius contuvo la respiración. La experta en autómatas, en el Consejo bajo el título de Federflüsterin, había mantenido una bien conocida rivalidad académica con Fräulein Basel durante años. Esta última, más joven, tenía merecida fama de prodigio. La señora Alsmun en cambio había llegado a su actual posición a base de puro esfuerzo, la única vía lícita que le queda a los que no han sido tocados por los dioses. Él se identificaba con ella en ese sentido, y podía incluso entender un cierto encono hacia Serena por rencor hacia la madre de ésta, a la que incluso le habían ofrecido un puesto en el Consejo antes que a ella, el cual por cierto había rechazado o más bien ignorado. - Quiero comprobar por mí misma en qué se traducen los diseños que he podido examinar. - Su mirada hacia la chica era tan intensa como la de Nevrakis, pero mucho más inquietante, pensó él.

-Vamos, Perseus. - Ahora fue el aeronauta quien se dirigió al presidente, con un ademán exagerado muy propio de él. - No vas a negarnos la oportunidad de conocer a la señorita Basel, ¿verdad? - Kassius sonrió con discreción. Definitivamente, podía contar con el voto a favor del griego. - Aunque sólo sea eso, no quiero dejar pasar la ocasión de expresarle mi admiración por su madre, y el dolor por su pérdida.

Dutschenfeld se encontraba rodeado, no sólo físicamente por las dos personas a cada lado, las cuales se habían expresado a favor de la propuesta de Mademoiselle Santeil, sino moralmente también. El puesto vacío no iba a sacarle del aprieto, desde luego, y si quería poder aplazar lo ahora inevitable, necesitaba que la única persona en la alargada mesa que no había abierto la boca aún le respaldara, así que miró desesperadamente a Ujarak Soroush, que estaba al otro lado de Nevrakis y Alsmun, en el extremo meridional de la sala.

El ingeniero persa conocía perfectamente el idioma de su país de adopción, pero resultaba difícil encontrar a alguien que lo pudiera corroborar dado que en muy raras ocasiones lo ponía en práctica. Era en todos los sentidos un misterio, salvo en el técnico, claro está. Nadie sabía qué le había hecho abandonar la corte del Jeque de Hierro de manera apresurada, pero debieron ser desavenencias sumamente graves ya que ni su fama le había salvado del exilio. Soroush era el responsable de hacer accesibles los desiertos de Arabia con su enormes ingenios mecánicos que utilizaban el agua calentada mediante colectores solares para avanzar sobre las dunas, dejando además en ridículo a los europeos que habían pretendido convencer al gobernante de que podían tender vías de tren que cruzaran todos sus dominios, sin caer en la cuenta de que tras la primera tormenta de arena éstas quedarían sepultadas.

-¿Y usted, Wüsteroberer, qué opina? - El presidente dirigió una mirada inquisitiva al hombre de tez morena y cabellos oscuros que con las manos entrelazadas y los pulgares bajo el mentón se limitó a asentir lentamente. En toda la sesión no había perdido aquella media sonrisa que hacía difícil saber qué pensaba realmente, pero Kassius quiso interpretar que al menos sentía curiosidad por Serena, lo cual era un comienzo.

-Sea pues. - Dutschenfeld apretó la boca casi imperceptiblemente y se puso en pie sin quitar la vista de encima al ocupante del estrado ni un instante. - Se acepta la propuesta de audiencia privada con los miembros de este Consejo Rector. ¿Puede la interesada si es tan amable pasar a la antesala contigua? - Serena se levantó de inmediato como si estuviera obedeciendo una orden, pero él sabía que era puro teatro. - Sin que sirva de precedente, el tribunal le concederá tres minutos por cada asiento presente y se retirará después a deliberar al salón reservado. - El resto de académicos se incorporó también y siguieron al astrónomo a través de la puerta de madera pulida y metales brillantes.

La chica autómata llegó junto a su defensor y sostuvo sus manos por un instante cuando quedaron a solas. Kassius aún estaba nervioso, inseguro del desenlace de aquello, pero intentó que no se notara. Como no sabía qué decir, fue ella la única que habló. 

-Gracias. A partir de aquí me encargo yo. - Y como si le leyera el pensamiento, añadió con una sonrisa. - Confía en mí.

Capítulo 3 - Audiencia y veredicto

La espera se le estaba haciendo eterna, aunque no podían haber pasado más de diez minutos aún. Desde la primera fila de asientos, siendo la única persona presente en la sala del Consejo, Kassius seguía intentando calmarse, pero con la puerta de la antesala cerrada no oía absolutamente nada de lo que sucedía más allá, así que no estaba teniendo mucho éxito. Los seis miembros actuales del tribunal habían accedido a verse con Serena de uno en uno, lo cual era el mejor resultado posible de la defensa planteada. Bueno, todos menos el presidente. Dutschenfeld iba a ser el más difícil de convencer, lo cual no era ninguna sorpresa, pero el auténtico problema era la ausencia de un séptimo integrante en aquellos momentos. Levantó la mirada y la fijó en la silla vacía, la de más a la derecha. Si Knudsen aún estuviera allí podrían haber tratado de obtener su apoyo, pero el físico experimental había desaparecido seis meses atrás sin dejar rastro. Eso significaba que mientras se encontraba un sustituto, el cabeza de la mesa podía ejercer el voto en nombre propio y del ausente, y por supuesto, conociendo a éste, lo haría. Declaraciones como la que se solicitaba sobre Serena no requerían unanimidad, pero sí conformidad de todos menos uno. Habían elegido un mal momento para plantear su petición, pero nada parecía indicar que el Consejo estuviera buscando un nuevo académico así que poco ganaban esperando.

La última vez que había estado en la sala, años antes, también había una vacante, la dejada por el profesor Linge. Kassius se había visto sometido a una situación cruel y absurda a partes iguales: dado que por lo visto había constancia en un acta privada de que su mentor deseaba que él le sucediera en el puesto cuando se jubilara, cosa que planeaba hacer más pronto que tarde, el Consejo se veía obligado a considerar la opción al menos formalmente, aunque ya le habían avisado nada más entrar, sin demasiada ceremonia además, que sus posibilidades eran nulas. Había sido totalmente sincero con el tribunal a ese respecto en su primera intervención, una vez pasado el choque inicial de enterarse del motivo de la vista. Él no deseaba el puesto. Lo que no podía contar sobre sus motivos para rechazarlo era que el profesor había muerto… por su culpa, lo cual naturalmente le había afectado mucho. Eso sólo lo sabían dos personas más, una de las cuales, Helga, nieta del historiador, le acompañaba en ese momento. Ya entonces cuando se enfrentó al tribunal, aún a pesar de su renuencia manifiesta, Dutschenfeld se mostró innecesariamente arisco y despectivo, intentando humillarle con sus palabras, como si no tuviera ya bastante con su propia culpa…

La puerta se abrió sacando en gran medida a Kassius de estos pensamientos y devolviéndole al presente. Serena cerró tras de sí con delicadeza y fue en silencio, sonriente, a sentarse a su lado mientras él la miraba fijamente, expectante.

-¿Que ha pasado con el viejo Perseus? - La imagen del presidente del tribunal votando vehemente en su contra le hacía temer lo peor ahora. - ¿Cómo ha sido?

-Bueno, creo que en general ha ido bien. - La chica asintió con calma, sin perder el buen gesto. - Mademoiselle Santeil me ha dicho que quiere que la acompañe cuando vuele a Viena de nuevo. - Kassius la apremió con la mirada. - El encuentro con el señor Nevrakis ha sido cordial. Como ya dijo antes me ha dado el pésame por mi madre y me ha hablado de las veces que coincidió con ella. Un hombre encantador, la verdad, muy cortés. - Viendo que se desesperaba por momentos, continuó. - La profesora Arrieta primero me ha mirado como quien examina un espécimen raro, y la verdad es que por un momento me ha hecho sentir bastante incómoda. Luego me ha estado preguntando sobre mis recuerdos, si soy capaz de diferenciar claramente los que me pertenecían originalmente y los que son en realidad de mi madre. - Se encogió de hombros algo, aunque su cuerpo no estaba pensado para efectuar un movimiento tan humano e innecesario. - Le he dicho que es confuso y que tengo que pararme a pensarlo detenidamente porque para mí no son memorias adquiridas, sino parte de mí. Parece que ha quedado conforme, pienso que votará a favor.

-Dutschenfeld, Serena. - Abrió mucho los ojos e hizo un gesto de impaciencia con ambas manos antes de repetir. - Dutschenfeld.

Ella se hizo la despistada o la sorda y siguió adelante. Estaba disfrutando de aquello y se le notaba.

-Luego ha venido la doctora Alsmun. Se ha sentado frente a mí y me ha estado mirando en silencio durante los dos primeros minutos al menos. Ya pensaba que no iba a decir nada en todo el rato cuando me ha preguntado frontalmente qué pensaba mi madre de ella. - Se giró en el sitio y siguió hablando sin apartar la vista de la puerta por la que había venido, dando un aire ausente a sus palabras. - Me ha pillado por sorpresa, te lo tengo que reconocer.

-¿Y qué le has dicho?

-Tenía pensado contarle en primera persona lo que han supuesto estas últimas semanas para mí, pero cuando me he dado cuenta le estaba diciendo que mi madre la recordaba como la mejor profesora que tuvo nunca, y que lamentaba no haber mantenido una mejor relación con ella todos estos años. Creo que todo lo que le he dicho es verdad, pero ni yo misma era consciente hasta ese momento. - Por fin le devolvió la mirada. - Quiero volver a hablar con ella. Necesito arreglar lo que ellas no pudieron.
Kassius inspiró hondo, intentando entender cómo la chica trataba de cuadrar su pasado y el de su creadora con quien era ahora. Le dio algo de margen para que continuara, pero ella seguía callada, pensativa, y él no podía esperar más.

-Serena, de verdad. Necesito saber qué te ha dicho él. Por favor.

La joven recuperó al instante su gesto despreocupado, y añadió con cara de sorpresa.

-Soroush me ha invitado a acompañarle a la ópera. Sólo eso. Ha sido un encuentro muy raro, porque no lo esperaba para nada, siendo él mecánico y todo. Por supuesto, he aceptado, y ha vuelto al salón reservado sin decir nada más. ¡Creo que no ha durado ni veinte segundos! - Kassius fue a decir algo que probablemente hubiera sido impropio de él, pero su amiga le detuvo con un ademán de paz. - Y finalmente, ha venido Dutschenfeld…

La puerta se abrió otra vez y empezaron a salir los miembros del Consejo Rector. El presidente iba especialmente serio, lo cual le hizo temer lo peor, pero igualmente ambos se levantaron por respeto a ellos y se mantuvieron así hasta que todos tomaron asiento menos Ireen Alsmun, que era la secretaria y empezó a hablar sin esperar más. Su voz llenó la sala, acostumbrada a impartir clase en aulas mucho mayores y más llenas de gente que aquel lugar.

-Serena Marie Basel, por favor ocupe el estrado. - La chica no se hizo de rogar y avanzó diligente como le indicaba la experta en autómatas, que retomó la palabra con tono solemne. - Tras deliberar, el Consejo Rector de este noble Instituto ha decidido, por unanimidad, emitir una declaración al Tribunal Superior de Justicia de la República de Sajonia respaldando su condición de persona a todos los efectos. - Sólo Kassius reaccionó de manera visible al veredicto, con una exclamación silenciosa de victoria, para caer sólo entonces, extrañado, en que si todos habían votado a favor, eso significaba que incluso… - Esta consideración tiene vigor desde este mismo momento. - Y con una sonrisa que parecía sincera, añadió. - Enhorabuena, señorita Basel.

-Muchas gracias, señora secretaria, señor presidente, y demás miembros del Consejo. - Realizó una educada reverencia. - Para mí es una gran alegría y un gran honor, así como para el señor Folkvanger. - Eso no tenía que jurarlo, pero Kassius seguía preguntándose qué había pasado con el viejo astrónomo ahí dentro para que en sólo tres minutos diera su brazo a torcer.

-Puede usted retirarse, señorita Basel. - Serena se inclinó un poco hacia la mesa y luego volvió junto a él. La doctora Alsmun esperó pacientemente a que terminaran de abrazarse para continuar. - Ahora si es tan amable, señor Folkvanger, regrese usted al estrado una vez más.

-¿Yo? - Miró al Consejo y luego a Serena, que se limitó a darle un empujoncito.
Caminó lentamente al principio, subió el escalón hasta la tarima rodeada por un semicírculo de caoba acolchada en rojo y aguardó, inquieto.

-Este tribunal le comunica que a propuesta del presidente, Perseus Konrad Dutschenfeld, con el título de Sternfänger, se ha realizado una votación para ocupar la vacante dejada recientemente en el Consejo Rector por el doctor Jorgen Knudsen, con el título de Geheimerkenner. - Kassius apretó la barandilla hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Al darse cuenta de que con la mano derecha iba a dejar marca en la madera aflojó ambas. La izquierda le temblaba y su mirada se encontraba perdida en la lejanía. - Por unanimidad se ha admitido la propuesta de que sea usted el nuevo integrante de este Consejo. Dispone de las próximas veinticuatro horas para expresar su consentimiento o renunciar a la plaza.

-Acepto. - Quizá había hablado muy rápido y más adelante se arrepentiría, pero una parte de él empezaba ya a acariciar esa nueva realidad y el tacto resultaba, a pesar de lo inesperado, sumamente agradable. Recordó entonces que sería conveniente respirar de nuevo si no quería desmayarse.

-Queda constancia de la respuesta afirmativa. - Miró a ambos lados, deteniéndose un instante en cada uno de sus compañeros y un poco más en el presidente, que asintió. - Kassius Folkvanger, por sus propios méritos técnicos además de por haber demostrado ante este tribunal su comprensión en profundidad de los diseños de alguien del innegable nivel de Fräulein Serena Basel, que en paz descanse, se le nombra a usted miembro de este Consejo Rector asignándosele el título de Stahlanwalt, con efecto desde las doce de la noche como es costumbre en este órgano. - Tras una pausa en la que nuevamente miró al astrónomo, añadió. - Puede usted retirarse, queda finalizada la sesión.

Los miembros de la mesa ya habían abandonado la sala, algunos por la salida y otros camino del salón reservado probablemente para la cena, cuando Kassius regresó a su sitio y se sentó sin articular palabra. Encaró a su amiga y consiguió preguntarle, en un siseo nervioso:

-¿Pero qué le has dicho a Dutschenfeld?

Serena se rio en voz no muy alta y le miró con compasión, entendiendo el estado en que se encontraba. Esta vez no le tuvo en ascuas, pero se aseguró de hablar en un susurro.

-Le dije que sería una pena que alguien revelara todas las cosas subidas de tono que un miembro tan respetable del Instituto le dijo a Serena Basel, no precisamente en su juventud por lo cual serían difícilmente excusables, y que apostaba a que no quería que los rumores de que ella le rechazó una y otra vez dejaran de ser eso, rumores, para convertirse en historias tan coloridas y embarazosas que jamás sería capaz de acallar. - La boca de Kassius no podía abrirse más, y no dejaba de parpadear como con un tic. La chica autómata no pudo evitar reír de nuevo. - Y de paso, le dije era el deseo de mi madre que tú ocuparas la plaza que le habían ofrecido a ella años atrás y que nunca había llegado a rechazar formalmente. Esto último sí que era mentira, pero Dutschenfeld por lo que veo ha decidido no arriesgarse. - Le puso una mano encima del hombro con suavidad y continuó, con aire casual. - Cuando estés con él, asegúrate de tratarle bien, ¿vale? Primero se ha puesto rojo, después blanco, y creo que su corazón ha quedado aún peor de lo que mi madre se lo dejó en su día.

Consiguió reaccionar, pero sólo para llevarse la mano a la frente y menear la cabeza. Cuando volvió a mirar a su amiga, sólo pudo comentar, en un hilo de voz:

-Digna hija de Serena Basel. - Kassius se dijo que lo que más debía haber afectado al viejo Perseus, no era tanto el chantaje, sino el hecho de que la científica volviera a ponerle en evidencia aún ahora, y el miedo a que no fuera la última vez. Se levantó y con un gesto de reverencia le tendió la mano, que ella tomó.

-De nada, amigo mío. - Y ambos marcharon cogidos del brazo.

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